domingo, 5 de junio de 2016

Retuitearse a sí mismo.


La única alternativa al consumo es el autoconsumo, algo así como un retuitearse a uno mismo.© Cordonpress / KNCA

El consumismo, por definición, es un vicio sin fin.

No se trata de comprar hasta cubrir nuestras necesidades sino de que nuestras necesidades en “modo consumo” nunca están cubiertas.

Para ser consumista, además de comprar hay que exhibir públicamente lo comprado.


Leyendo un artículo en esta misma revista acerca del dictador norcoreano Kim Jong-Un, me vino a la cabeza todo el asunto del consumo y el consumismo. A todos en algún momento nos asalta la duda de si hemos comprado demasiadas cosas. No si hemos gastado mucho dinero, que eso es obvio con tal de consultar la cuenta bancaria o la hucha, sino si nos hemos convertido en adictos a las compras. Es éste un asunto con algunos mitos y malentendidos.

Consumir no es comprar muchas cosas, ni tan siquiera comprar compulsivamente. Alguien que deja la tarjeta de crédito echando humo pero todo lo comprado lo mete para siempre en una habitación de su casa no es un consumista sino tan solo un comprador al que se le va la olla. Para ser consumista, además de comprar hay que exhibir públicamente lo comprado, exhibición que nos configura dentro de un determinado grupo social. Ello pone en marcha el motor que hace circular los símbolos y los valores que nos definen dentro de una sociedad de consumo. Tales zapatos, tal bolso, tal libro, tal clase de comida o tal donación a una ONG, son consumos que, como en una red, hacen circular signos y valores que dan a entender cómo somos, y esa circulación inmaterial, que es simbólica y que va y viene entre todos los individuos es el consumo. 

Esa práctica, llevada al extremo, da lugar al consumismo. Y es que los objetos de consumo no adquieren valor por lo que son en sí mismos, ni por lo bien fabricados que estén o lo buenos que sean, sino por lo que simbólicamente representan. 

A nadie se le escapa que los yogures de marca blanca no son necesariamente peores que los de marca conocida, ni que las deportivas de alpargatería son peores que las que anunciadas con gran aparato publicitario, ni que donar dinero en secreto sea peor que hacerlo a la vista de los agentes sociales. Pero ni los yogures de marca blanca ni las deportivas de alpargatería definen consumo alguno, sencillamente son compras. Por su parte, la donación en secreto, tampoco representa “consumo solidario” sino simplemente limosna, así que a efectos del consumo y del consumismo, tampoco computa. 

Pero hay una segunda característica: para el consumista lo comprado nunca es suficiente porque el objeto comprado, en esa circulación de símbolos sin fin, siempre se dará de bruces con otro objeto supuestamente mejor, otro objeto que defina más y mejor determinados símbolos de clase, de gusto o estatus. 

De ahí que el consumismo, por definición, sea un vicio, nunca tenga fin: no se trata de comprar hasta cubrir nuestras necesidades sino de que nuestras necesidades en “modo consumo” nunca están cubiertas. El objeto comprado nunca puede ser perfecto porque su esencia es estar constantemente comparándose con otros productos. 

Por eso consumir tiene que ver con la parte imaginaria de los objetos, con algo que en nuestra imaginación y en nuestros deseos siempre le faltará a un objeto para ser enteramente satisfactorio: el consumista nunca termina de consumir.

Pero la alternativa al consumo es peor si cabe: el autoconsumo, algo así como un retuitearse a uno mismo, que da lugar a objetos que no se relacionan con nadie. Aquel que compra, guarda lo comprado y no lo muestra. Aquel que, como ocurre en la autarquía norcoreana, no pone sus productos en circulación con el exterior; ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Tal autoconsumo conduce a la extinción. 

Así ocurrió y ocurre en comunas hippies y/o autogestionadas, que no tardan en producir desertores. Así ocurre en algunos programas de televisión del corazón cuando, en voraz autoconsumo, en vez de hablar de personajes ajenos a su profesión se despellejan entre ellos mismos, obligados entonces a mutar en mostrencas entidades televisivas o desaparecer para siempre.

Fuente: revistagq.com

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